Las fresas —también llamadas frutillas— están en plena temporada y son una debilidad en muchos hogares, pero su belleza esconde un detalle clave: hay que lavarlas y desinfectarlas con método para minimizar riesgos. En las últimas semanas, se han señalado lotes importados con problemas sanitarios, lo que ha reavivado la llamada a garantizar la seguridad alimentaria desde el origen hasta la mesa. Nada de alarmismos, pero sí conviene actuar con cabeza y buenas prácticas.
Aunque manipulemos fruta a diario, con las fresas solemos fallar en el “cómo” y en el “cuándo” las limpiamos. Esta baya funciona como una esponja y puede absorber agua, pesticidas y patógenos si no seguimos los pasos adecuados. A continuación, verás qué funciona de verdad: vinagre, sal, bicarbonato o un breve baño de agua caliente, además de recomendaciones oficiales y un par de errores habituales que conviene evitar desde ya.
Por qué hay que lavar bien las fresas (y qué te juegas si no lo haces)
Las fresas crecen a ras de suelo y es frecuente que lleguen con polvo, tierra o restos de campo adheridos a su piel; a esto se suma que, por su estructura porosa, retienen residuos de pesticidas y microorganismos. Entre los patógenos vinculados a frutas y verduras se han descrito giardiasis, E. coli o incluso hepatitis A, casos que han protagonizado alguna alerta reciente con partidas procedentes del exterior.
Las autoridades y centros de control recuerdan que lo principal es un buen lavado con agua potable, manos limpias y superficies higienizadas, evitando productos no alimentarios. Sin embargo, la presión del grifo puede perjudicar a un fruto tan delicado: un chorro fuerte magulla y acelera el deterioro, por lo que es preferible usar un recipiente con agua o, si se prefiere el grifo, hacerlo con un flujo suave y manipulación mínima.
Además de bacterias y virus, preocupa la exposición a fitosanitarios: no todos se eliminan con el lavado, porque algunos han penetrado en la pulpa. Aun así, reducir la carga superficial con técnicas probadas marca la diferencia. Y siempre ayuda adquirir producto de cercanía o ecológico o aprender a cultivar fresas en casa para recortar la exposición global.
Por último, ten presente que no conviene retirar el pedúnculo (las hojitas) antes de lavar. Al hacerlo, facilitas que el agua y posibles contaminantes entren por el orificio, diluyendo además el sabor. Mejor lavar con hojas y retirarlas justo antes de comer o procesar.

Lo que dice la ciencia: soluciones al 3% y su eficacia real
Investigadores del Instituto de Toxicología de Corea del Sur evaluaron varias fórmulas para rebajar residuos de pesticidas corrientes en fresas. La conclusión fue clara: una solución de agua con vinagre al 3% ofreció la mejor reducción global, con alrededor del 48,7% de eliminación frente a un simple lavado con agua que se quedó en el 24,6%.
La misma investigación señaló que una solución salina al 3% alcanzó aproximadamente el 45,7% de reducción y un preparado con té verde al 3% rondó el 38,9%. Aunque no existe el método perfecto, estos datos respaldan que el uso de vinagre o sal a baja concentración aporta una mejora tangible frente al agua sola.
Esto no significa que debas empapar la fruta sin control. Las fresas absorben líquido con facilidad y, si te pasas con el tiempo, se ablandan e incluso cambian de sabor. Por eso, proporción, tiempo y enjuague final marcan la diferencia, igual que un buen secado antes de guardar.

Vinagre: proporciones que funcionan, tiempos y cómo aplicarlo bien
El vinagre es un aliado clásico y eficaz si se maneja con criterio. Hay tres enfoques válidos según lo publicado en diferentes fuentes: al 3% (p. ej., 90 ml de vinagre en 3 litros de agua) con al menos 2 minutos de contacto; 1 parte de vinagre por 3 partes de agua durante unos 15 minutos; o un baño rápido 1:4 (vinagre:agua) durante 5 minutos. Adaptarás la opción al tiempo disponible y a la sensibilidad del paladar al vinagre.
Procedimiento recomendado: llena un cuenco grande con la dilución elegida, introduce las fresas con sus hojas, muévelas suavemente y mantén el contacto el tiempo pautado. Luego, enjuaga con agua fría para eliminar restos de vinagre y seca con papel o un paño limpio. Si te preocupa el sabor, el aclarado y un buen secado reducen casi por completo la huella de vinagre.
- Usa agua potable y vinagre blanco de uso alimentario; evita el exceso de concentración para no dañar la fruta.
- No remojes de más: tiempos cortos y controlados protegen textura y sabor.
- Tras el lavado, pasa las fresas a un colador, deja escurrir y sécalas con suavidad.
Recuerda no tirar de las hojas antes del baño: así evitas que el líquido penetre en exceso. Y si optas por agua tibia en lugar de fría para el remojo (como recomiendan algunas guías), mejora la remoción de polvo y película superficial, pero mantén siempre temperaturas moderadas.
Sal: alternativa útil para residuos (y lo que se dice de las larvas)
Otra opción casera es el lavado con sal. La evidencia publicada sitúa una solución salina al 3% cerca del vinagre en eficiencia para reducir residuos químicos. De forma práctica, se puede usar una receta sencilla: ocho tazas de agua templada con 2 cucharadas y media de sal, dejar que se disuelva bien y que el agua se atempere antes de sumergir las fresas durante unos 5 minutos.
Tras el baño salino, enjuaga con agua potable para retirar el exceso de sal y seca con cuidado. Este método se relaciona también con la eliminación de posibles larvas o huevos superficiales, algo poco frecuente pero que a muchos usuarios les da tranquilidad extra. En cualquier caso, no prolongues demasiado el remojo para que la fruta no se deshidrate ni se ponga correosa.
- Disuelve completamente la sal antes de introducir la fruta; nada de cristales sin disolver.
- Mueve las fresas con las manos limpias y sin apretar en exceso.
- Finaliza con aclarado y secado minucioso para evitar sabores indeseados.
Bicarbonato de sodio: dos fórmulas prácticas y respaldo científico
El bicarbonato destaca por su capacidad para neutralizar y desprender residuos. Hay dos preparaciones frecuentes: una cucharada (aprox. 12–15 g) por litro de agua, con unos 15 minutos de remojo, o una versión rápida con una cucharadita en dos tazas de agua durante 5 minutos. Ambas se completan con enjuague abundante y secado.
Un estudio publicado en el entorno de la American Chemical Society comprobó que el bicarbonato puede ser más eficaz que la lejía doméstica o el agua sola para reducir determinados residuos en la superficie de frutas. Ojo, esto no avala usar cualquier “lejía” con alimentos; se refiere a comparativas controladas de remoción y, de hecho, la recomendación más segura en casa es optar por soluciones alimentarias sencillas como esta y aclarar bien.
- Empieza con un enjuague suave en colador, frotando con las yemas de los dedos; así retiras la suciedad suelta.
- Remoja en la dilución escogida y respeta el tiempo para no ablandar la fruta.
- Aclara a conciencia y seca con papel absorbente para cortar la humedad.
Termoterapia: baño corto de agua caliente para frenar mohos
Un truco que está ganando adeptos es la “termoterapia”: sumergir brevemente la fruta en agua caliente. La técnica consiste en usar agua a unos 51 °C durante 30 segundos (un rango práctico va de 43 a 54 °C), escurrir, secar con mimo y guardar en un recipiente transpirable. Esta maniobra reduce bacterias y esporas de moho sensibles al calor en la superficie.
En pruebas comparativas, lotes tratados con agua caliente se mantuvieron libres de moho durante una semana, lo que ayuda a alargar la vida útil en nevera sin sumar químicos. Algunos cocineros y divulgadores, como el chef Heinz Wuth, han popularizado este paso en redes, usando termómetro de cocina, colador y papel de cocina para no dejar humedad residual.
- Controla la temperatura con termómetro; evita superar el rango para no “cocinar” la fruta.
- Seca con la cesta de una centrifugadora forrada con papel o en una sola capa al aire; la clave es eliminar el agua superficial.
- Guarda en envase con ventilación (el original con orificios va perfecto) y refrigera sin cerrar herméticamente.
¿Lejía sí o no? Qué aconsejan las autoridades y cómo hacerlo con seguridad
Hay dos mensajes que pueden parecer contradictorios, pero se complementan con sentido común. Por un lado, los CDC insisten en no usar detergentes ni lejía doméstica para lavar frutas y verduras: dejan residuos no aptos y su uso es arriesgado. Por otro, la autoridad española (Aesan/Aecosan) contempla una desinfección con lejía apta para agua de bebida en proporción de 4,5 ml por cada 3 litros de agua durante unos 5 minutos.
¿Cómo se interpreta? Si eliges la vía de la lejía, debe ser exclusivamente hipoclorito etiquetado para potabilización, siguiendo dosis y tiempos, y terminando con un enjuague abundante. No mezcles con vinagre ni otros ácidos en el mismo recipiente y guarda este procedimiento para casos en los que realmente lo consideres necesario. Muchas personas, si tienen alternativa, prefieren vinagre, sal, bicarbonato o termoterapia para reducir riesgos de residuos.
Manipulación y almacenamiento: lo que marca la diferencia
Antes de tocar la fruta, lávate bien las manos con agua y jabón y limpia la superficie de trabajo. Tras terminar, repite el lavado de manos para cortar posibles contaminaciones cruzadas, sobre todo si has manipulado otros alimentos.
Evita lavar las fresas para guardarlas. La humedad sobrante es el enemigo número uno en la nevera: almacénarlas sin lavar en su envase original (suele ser transpirable) y límpialas justo antes de comer o cocinar. Así se conservan firmes y con mejor sabor.
Cuando las laves, no las sometas a un chorro directo y potente. Es preferible un baño en cuenco o un chorro muy suave con el colador, manipulando con cuidado. Después, seca sin frotar con fuerza y descarta las que estén dañadas, porque aceleran la degradación del resto.
Si haces termoterapia o un lavado «intenso», recuerda la importancia del secado. Un paso tan simple como usar papel absorbente en capas o una centrifugadora de ensalada forrada reduce mucho el riesgo de mohos y mejora su vida útil en frío.
Composición y beneficios: por qué apetece comerlas a diario
La fresa es sobre todo agua (cerca del 90%), con alrededor de un 7% de hidratos —fructosa, xilitol y glucosa— y en torno a 2,2% de fibra. Este perfil la hace ligera y saciante, ideal en menús de control de peso, siempre que el resto de la dieta esté equilibrado.
Además, aporta mucha vitamina C, incluso más que una naranja en la comparación peso a peso que citan algunas fuentes: unos 86 mg por cada 150 g de fresas frente a ~82 mg en una naranja de 225 g. Su combinación de vitamina C y flavonoides le confiere un notable poder antioxidante frente a radicales libres.
También contiene ácidos orgánicos como el cítrico, málico y oxálico, y pequeñas cantidades de ácido salicílico. Todo ello contribuye a su sabor característico y a su capacidad para proteger frente al estrés oxidativo a nivel celular.
Etiquetado y origen: cómo saber de dónde vienen
En la Unión Europea y en España es obligatorio indicar el país de origen en frutas y verduras frescas como las fresas. Si no ves la información en la cesta o etiqueta, el comerciante debe facilitártela a petición. Es un dato útil si quieres priorizar producto de proximidad o tomar decisiones informadas.
Un truco adicional cuando la etiqueta no es legible es fijarse en el código de barras: las dos primeras cifras indican el país de procedencia. A modo orientativo, las fresas españolas suelen empezar por 84, mientras que partidas de Marruecos pueden comenzar por 611. Conocerlo ayuda a contextualizar noticias y elegir con criterio.
Riesgos y síntomas: lo que conviene reconocer a tiempo
Aunque la gran mayoría de consumos son seguros, no está de más recordar posibles cuadros asociados a alimentos contaminados: Giardia lamblia, E. coli, hepatitis A o, en contextos concretos, cisticercosis. Los síntomas típicos incluyen náuseas, vómitos, diarrea, cefalea y fiebre, con aparición que puede ir de 12 a 72 horas según el patógeno.
En situaciones más graves se ha descrito síndrome de malabsorción, que puede desembocar en anemia, especialmente en población infantil. Si sospechas un problema tras ingerir frutas u otros alimentos, consulta con un profesional sanitario y conserva, si es posible, muestras o datos del lote para facilitar el rastreo.
Errores habituales al lavar fresas (y cómo evitarlos sin complicarte)
Quitar las hojas antes de lavar, remojar media hora, usar un chorro a toda presión o dejar la fruta húmeda en un recipiente cerrado son tropiezos comunes. La solución pasa por tiempos cortos, manipulación suave, hojas puestas hasta el final y mucho mimo en el secado.
Otro clásico es usar “jabones” o limpiadores no alimentarios: además de innecesarios, dejan residuos químicos. Si buscas algo extra, apuesta por vinagre, sal, bicarbonato o agua caliente en sus proporciones correctas y enjuaga siempre con generosidad.
Guía rápida paso a paso (para diferentes métodos)
- Vinagre: al 3% (2–5 min), 1:3 (15 min) o 1:4 (5 min) con hojas puestas; enjuaga y seca.
- Sal: 3% o 8 tazas de agua + 2,5 cdas; 5 min; aclarado y secado posterior.
- Bicarbonato: 1 cda/litro (15 min) o 1 cdta/2 tazas (5 min); enjuaga y seca.
- Termoterapia: 51 °C, 30 s; escurrir, secar muy bien y guardar en envase ventilado.
En todos los casos: manos limpias, superficies higienizadas, chorro suave o cuenco, y secado cuidadoso. Si vas a comerlas en el momento, mejor todavía: menos tiempo entre lavado y consumo, menos oportunidad para que la humedad haga de las suyas.
Para quienes disfrutan de seguir tendencias y trucos de cocina, muchos divulgadores recomiendan mantenerse al día con novedades y consejos de conservación. Algunos medios incluso invitan a sus lectores a suscribirse para recibir ideas y recetas; una forma sencilla de aprender a sacar más partido a frutas tan delicadas sin desperdicio.
Con estas pautas ya sabes cómo actuar: el vinagre, la sal, el bicarbonato y el baño breve en agua caliente tienen su lugar, cada uno con fortalezas y matices. Si te preocupa la exposición a pesticidas, prioriza fresas de cultivo ecológico o de proximidad, respeta proporciones y tiempos, seca a conciencia y guarda en recipientes transpirables. Así disfrutarás de frutillas limpias, sabrosas y con mejor vida útil, sin complicarte ni perder esa textura jugosa que tanto nos gusta.