El sulfato de aluminio es el aliado más eficaz para intensificar los tonos azules de las hortensias. Para que funcione, deben darse tres condiciones de base: variedades aptas para azulear, pH ácido estable y aluminio disponible en el sustrato. A continuación se detalla cómo lograrlo con precisión profesional, con dosis, calendario, formatos de producto y los errores que más color restan.
Sulfato de aluminio: formatos y ventajas
Puede encontrarse en polvo soluble y en formato líquido. El líquido destaca por su comodidad: no requiere preparar mezclas, reduce la manipulación de sacos, se dosifica por goteros sin obstrucciones y, si se almacena por encima de 7 ºC, permanece estable y bien disuelto. Además, deja menos residuos sobre la planta y evita los polvos finos del sólido.
El polvo soluble es versátil y económico. Para disolverlo, usa agua tibia y riega alrededor del cuello de la planta sin mojar hojas. Un ejemplo de uso general es 10 g en 10 L de agua cuando el fabricante no indique otra pauta. Conserva el producto en su envase, protegido de la humedad y el calor, y lávate las manos tras la aplicación.
pH, fósforo y disponibilidad del aluminio
El pH manda: a pH alto la hortensia no puede absorber aluminio; a pH demasiado bajo tampoco conviene. El rango más eficiente para azular es pH 4–4,3. Mantener este rango de forma continua desde la formación de yemas hasta floración es clave.
El fósforo compite: el fosfato inmoviliza el aluminio formando precipitados. Por eso conviene usar fertilizantes sin fosfato desde unas tres semanas antes de aplicar sulfato de aluminio y durante su uso. Si no se respeta, parte del aluminio precipita y puede dañar raíces.
Cómo acidificar y mantener el pH: en suelo, incorpora azufre elemental (≈90 g/m²) con antelación y/o sulfato de hierro granulado (30–50 g/m²). Para el riego, emplea ácido cítrico (1 cucharada por 50 L) o sulfato de hierro fino (3–4 g/L). Regar con agua de lluvia ayuda a estabilizar el pH.
Dosis y calendario de aplicación
El momento importa. Para flores azules consistentes, aplica aluminio desde que se forman las yemas de la temporada anterior y reanuda al inicio de la brotación hasta floración, con una pausa en la latencia.
Dosis orientativa eficaz: 3–4 g de sulfato de aluminio por litro de agua, en aplicaciones mensuales. Ajusta el volumen de riego a cada maceta o cepellón; lo importante es empapar todo el sistema radicular para repartir homogéneamente el aluminio.
Si usas riego por goteo, el formato líquido puede dosificarse con precisión y sin obturaciones. Evita mojar el follaje, trabaja siempre sobre suelo previamente humedecido y respeta las dosis indicadas por el fabricante de tu producto.
Variedades, pigmentos y expectativas de color
La hortensia de maceta debe tener pigmento azulable (glucósido de delfinidina). Las variedades rosa oscuro suelen azulear mejor; las blancas rara vez se vuelven azules. Transformaciones típicas: rosa intenso → azul oscuro, rosa claro → azul claro, rojo → violeta.
En flor cortada, el azulado puede lograrse en más momentos del año, siendo las semanas frescas las más agradecidas. Diferencias de tono entre ramas pueden aparecer por variaciones de pH y aluminio en capas del suelo y por la distinta profundidad de las raíces.
Mitos, compatibilidades y seguridad
Enterrar clavos u objetos de hierro no azula las hortensias: el hierro corrige la clorosis férrica, pero el azul depende del aluminio disponible y del pH ácido. Si ya tienes pH 4–5 y el suelo contiene aluminio, la flor puede azular sin aportes extra; si no lo contiene, seguirá rosa.
Aplica sulfato de aluminio solo en hortensias que quieras mantener azules. En otras gamas no aporta beneficios cromáticos y debes seguir abonando equilibradamente para nutrir. Evita su uso cerca de especies sensibles (p. ej., rododendros) y mantén el producto fuera del alcance de niños y mascotas. No ingerir; almacena en lugar seco y fresco.
El éxito duradero depende de sostener en el tiempo el pH ácido y la disponibilidad de aluminio, elegir variedades predispuestas a azular y aplicar dosis regulares con suelo húmedo. El formato líquido simplifica la fertirrigación y reduce riesgos de precipitados, mientras que el polvo ofrece una opción precisa y económica si se disuelve correctamente.
