Los suelos arcillosos suelen ser más caprichosos que los arenosos, aunque tienen la gran ventaja de poseer mayor fertilidad. Como su nombre indica, se caracterizan por su alto contenido en arcilla. Las partículas de arcilla son extremadamente finas, por lo que pueden ser atacadas por microorganismos del suelo, liberando así los nutrientes que contienen con más facilidad.
Ésta es la primera razón por la que un suelo arcilloso es más fértil, sin embargo, este pequeño tamaño de sus partículas tiene también una desventaja: Son suelos menos porosos, menos permeables y más lentos a la hora de calentarse. Como también drenan con más lentitud, son menos propensos a la sequía.
Para que un suelo de este tipo sea productivo deberemos trabajarlo y estructurarlo. La estructura ideal es la grumosa y se obtiene por adicciones periódicas de compost, aportándole calcio para mantenerle un pH alrededor de 7. Finalmente, trabajar el suelo es una tarea indispensable para conseguir la estructura grumosa que deseamos.
Al llegar a esta etapa deberemos saber que el suelo arcilloso no se debe trabajar en temporada húmeda, porque de esta forma crearíamos grumos demasiado gruesos que se endurecerían luego con el sol. Lo mejor es hacerlo en temporada seca, de modo que podamos controlarlo mejor.
Una vez terminado todo este proceso tendremos nuestra tierra preparada para el cultivo. En este tipo de suelo se obtienen muy buenos resultados con los tomates, la col, los pimientos y los puerros, aunque cualquier especie podrá ser cultivada en él de forma exitosa.
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