El proceso de cultivar rosas de diseño

Hace unos días os contaba de Arnaud Delbard, un francés tercera generación de cultivadores de rosas que desarrolló la rosa perfecta: Only Lyon, una flor resistente, de grandes pétalos y con un poderoso aroma.

Diseñarla no ha sido algo sencillo, el arte de cultivar rosas exige conocimiento y cuidados específicos y todo aquél que tenga un rosal en casa lo sabe. Pero este hombre ha superado muchas barreras para finalmente dar en la tecla.

El trabajo de diseñar rosas

En 1849 Jean-Baptiste Guillot creó «La France», una rosa muy particular pues fue la primera nacida de diferentes mezclas de té. Se trata de una rosa de gran tamaño que corona un largo tallo.

Ya a finales del siglo XIX y luego de experimentar durante 13 años, Joseph Pernet-Ducher creó la primera rosa amarilla de la historia, que fue bautizada como «Sol de oro».

Los Delbard son famosos en Francia, un país que es líder en el cultivo de rosas de jardín a pesar de que las condiciones propias del lugar no favorecen el cultivo y por eso, en muchos casos, es necesario producir las flores en otros países más cálidos. La familia crea unas 150 mil variedades nuevas de rosa al año aunque solo conservan un pequeño número y el resto son distribuidas a otros países cultivadores.

En busca de la rosa más aromática

Para diseñar su Only Lyon, Arnaud Delbard desarrolla un intenso trabajo previo. Estudia posibles asociaciones en una colección de miles de rosas de diferentes orígenes y con diferentes características.

Finalmente, elige dos variedades que pasan a manos de Catherine Morge, una investigadora del centro de Francia quien desde hace 20 años trabaja en estos cultivos. Ella se ocupa de «castrar la rosa», quitándole los pétalos y los estambres para despejar así el pistilo y luego rellenarlo con polen de otra variedad.

El producto es un fruto que contiene decenas de semillas, que luego serán plantadas y probadas durante varios años. El punto más difícil es el de regalarles el aroma a estas flores que se presentan frente a una paradoja: las flores deben tener pétalos resistentes para así soportar las distancias y los traslados pero, a su vez, el aroma perfecto proviene de la descomposición molecular de pétalos blandos y no resistentes. Para Delbard, este es un punto casi imposible de resolver.